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martes, 2 de enero de 2018

La loca de la sala de profesores

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.

Nota del administrador del blog:
La página web de Pilar Ana puede hallarse pinchando en: http://pilaranatolosanaartola.es/


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Pues no... por supuesto que no: Nunca hubiera pensado en mis días de estudiante de Magisterio que iba a acabar como hoy, metida debajo de la mesa, rezando todo cuánto sé para no ser encontrada por las fuerzas de seguridad, conjeturando y especulando cómo hacer para salir definitivamente del colegio, y lamentando profundamente que mis alumnos se hubieran enterado así de aquella tropelía.


Ese día comenzó como otro cualquiera para los niños de primero de la ESO. Nunca solían prestar demasiada atención a la inicial clase de la mañana, y mucho menos si la asignatura impartida era un hueso duro de roer, como por ejemplo 'Lengua y Literatura Española'. A su favor, confirmaré qué quizá, la mañana de los hechos, tampoco es que yo tuviera la cabeza muy bien ubicada donde la debiera tener... pero bueno: todos somos humanos y a veces cometemos errores:

Reconozco que el desliz fue mío, por haberme dejado convencer por una amiga, de salir la noche anterior, de beber cócteles hasta olvidar cómo se llamaba cada uno, y de bailar desenfrenadamente con unos brasileños incansables, los cuales a punto estuvieron de hacer que se me saliera la cadera... Los pobrecitos -supongo que eran demasiado para mí-, sólo querían que lo pasáramos bien.

En fin, que cuando subí las escaleras un poco antes de ir al colegio, hasta mi piso, y me encontré con todos esos policías armados, me dio por pensar que estaban allí para detenerme, porque guardaba, desde hacía un par de días, una planta de cannabis en la terraza. No era ni mía la planta: mi hermana se la había quitado a su hijo, y a ésta no se le ocurrió otra cosa que traérmela a mí, para que me deshiciera de ella.

Ya, hasta se me había olvidado que estaba allí, hasta que vi a los agentes y bajé las escaleras lo más rápido que pude. Bueno, con los zapatos de tacón no se podían hacer muchas virguerías, así que se los dejé de regalo a mis perseguidores, después de haber dado unas cuantas volteretas de campana por el último tramo de escaleras.
Supuse que no iban a sospechar si entraba en el colegio... y que de ninguna forma iban a buscarme allí, sobre todo por los niños.

Eran las seis de la mañana todavía, cuando llegué: Imploré a todos los santos, para que estuviera abierta la puerta de personal, y la empleada de recepción me indicó que entrara, tras haberse escandalizado un poco por el hecho de que no llevaba zapatos.
Las clases no empezaban hasta las nueve, y la recepcionista me invitó a desayunar en la cocina adjunta, antes de prestarme unas elegantes deportivas negras, que contrastaban con mi vestido azul añil de volantes color turquesa.

─ ¿Y de dónde dice que viene, Señorita. Martínez? ─preguntó la recepcionista, cuando estábamos más relajadas.
Yo no había mencionado nada hasta el momento... ni tampoco deseaba hacerlo. Por ello, alegué tener que preparar unos resúmenes. Y me recluí en mi clase, hasta que llegaron los primeros chicos, y empezaron a cuchichear.

A las nueve en punto comenzamos a leer La vida es sueño de Calderón. Notaba algo extraño, como si flotara en el aire una nube de suspicacia y desconfianza: todos me miraban con ojos rasgados y sagaces... como si sospecharan de mí, como si estuvieran pensando lo peor de mí... desde la niña del chándal fucsia y el piercing en la boca, hasta el chaval de la sudadera de calaveras y pantalones elásticos negros, o la jirafa de falda cortísima y camiseta llena de transparencias, o el muchachito de las gafas, que se parecía al 'Milhouse' de 'Los Simpsons'.
Varias gotas de sudor recorrieron mi espalda, y después ya todo empezó a ir fatal: Cada vez me encontraba peor, y me entró un frío gélido por todo el cuerpo que no sabría identificar.
Lo sabían, lo sabían... No hallaba otra explicación a ese interés tan repentino y avieso en mirarme fijamente. Y me decidí a salir de ahí, dejándoles perplejos y sin respuestas.

En los servicios, me lavé varias veces la cara... y lloré lo alto que me dio la gana, creyendo que estaba sola y sin chivatos de ninguna clase. No obstante, de repente me pareció oír una pedorreta. Acto seguido, como un tomate al verme cuando fue a salir, pasó a mi lado muy digno como si en absoluto se hubiera percatado de mi presencia, el director de la escuela que, al parecer, también había creído que no había nadie en los lavabos.
Luego, me dirigí a la ventana y la abrí de par en par, porque sentía que me faltaba el oxígeno, me ahogaba. Abrí bien las fosas nasales, e hice de aspiradora hasta que los pulmones se hincharan completamente.

En cuanto me pareció estar mejor, corrí hasta la sala de profesores, desierta en esos momentos, y me metí debajo de la mesa de reuniones, como si allí estuviera segura del todo... como si estuviera plenamente oculta en mi recóndito escondrijo.
Allí agazapada, resonaba en mi memoria el primero de mis recuerdos: Eso de agacharme debajo de la mesa, casi era un homenaje a cuando era pequeña y estando así, me daba la impresión de que me volvía invisible... de que ningún adulto podía verme para regañarme... de que cualquier monstruo que me buscara, no daría nunca conmigo.
Fue bonito, fue como una especie de regresión a mi infancia: Hasta llegué a sentir un calorcito excepcional, como el que creo que se sentirá en el útero materno.

Cuando, para mi sorpresa, una mano fuerte y firme, asomó por debajo de la mesa y delicadamente, me ofreció salir: Alguien me había descubierto, por lo que descubrí que mi concepto de la invisibilidad debajo de la mesa, era un poco ridículo.
Asimismo, el dueño de la mano, dobló las rodillas, poniéndose a mi altura. Y lo pude reconocer sin ninguna duda: cara finísima, ojos azules e insinuantes, nariz perfecta, labios carnosos, boca no muy grande, ni muy pequeña, dientes cuidados formando la sonrisa ideal de los anuncios de dentífricos. Era él... era el profesor de gimnasia, el mismo que nos traía locas a las féminas del profesorado, y a alguna que otra alumna también.

Pilar Ana Tolosana
─ ¿Estás bien... estás bien... estás bien?.
Incomprensiblemente, por todo lo que me gustaría decirle a ese hombre, me quedé muda y acepté su mano, sin siquiera hacerme de rogar un poquito. Antes de salir balbuceé que la policía me estaba investigando, y que si me encontraban me llevarían a la cárcel.
─ ¡Estás a salvo, alma cándida...! ¡Ya no queda ningún policía por aquí! ¡Además, no estaban buscándote a ti! ─añadió.
─ ¡Ah, ¿no?! ¿Y a quién vinieron a buscar? ─contesté entre confusa y furiosa, porque sentí que me trataba como a una loca que inventaba tonterías.
Entonces, me puso al día sobre que en una de las casas colindantes a mi apartamento había sospechas sobre que un grupo de anarquistas radicales tramaban un plan para asediar el Congreso y unir fuerzas con los Indignados del 15 M, y las fuerzas policiales, enteradas de esto, habían ido al piso y habían cargado contra los integrantes de dicha asociación.

─ Así que siento desencantarte, pero no, no te buscaban a ti, guapa ─me dijo, llevándome de la mano a mi clase, donde los alumnos esperaban inquietos.

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Fuente del original del relato de Pilar Ana: http://pilaranatolosanaartola.es/textos/

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