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miércoles, 23 de agosto de 2017

Fingiendo lo que no soy (Primera parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.

Nota del administrador del blog:
La página web de Pilar Ana puede hallarse pinchando en: http://pilaranatolosanaartola.es/


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Primera parte

“Debo fingir lo que no soy. Es lo que he aprendido que debo hacer, mientras siga trabajando en esto del teatro.
Los actores y las actrices sabemos cómo ser otros: Sabemos si debemos hablar o callar, llorar o reír, sentir o ignorar, matar o asustar, besar o escapar, probar u olvidar, arrancar o arañar, envidiar o desear, amar, escuchar u oír, mentir o contar, resistir o caer, tentar o ayudar, conseguir o participar...”.

Pilar Ana Tolosana
Yo no hice más que comentar que representar 'Hamlet', de Shakespeare, me parecía excesivo para unos cuantos chavales principiantes y novatos en el arte teatral como nosotros... Y todos los compañeros se me echaron encima como si acabaran de escuchar la mayor ofensa que les hubieran adjudicado en esta vida y en las posteriores... De ahí, que decidí callar por unos cuantos lustros, y sólo abriría la boca, a partir de entonces, para recitar en el escenario las únicas frases correspondientes al personaje que me concedieran interpretar.

En algún momento, hablaron de darme el papel de Ofelia: Parece que me asemejaban a su locura justo antes de morir ahogada... Si bien, la profesora de teatro recomendó darme un papelito más intrascendente dentro de la tragedia, menos crucial, con menos frases, con menos peligro de fastidiar la obra teatral.

Y al final, optaron por darme algo "más acorde a mis circunstancias". ¡Qué les caía mal, vamos! Y me convirtieron en el SEPULTURERO nº 2, uno de los que entierran a la trastornada Ofelia en la 1ª escena del acto V.

El SEPULTURERO nº 1 es el que encuentra el cráneo de Yorick, el de un bufón de la corte, sobre el que 'Hamlet' hace el famoso monólogo del "Ser o no ser, he ahí la cuestión..." Bueno, daba igual... eso no era de mi papel... El caso es que, antes de que llegara el cortejo fúnebre, tenía que discutir con el otro sepulturero hasta qué punto era correcto inhumar en tierra sagrada a alguien que había renunciado al más precioso regalo de Dios, a la vida, y se había suicidado por no encontrar ninguna otra salida...


A su pregunta sobre si la suicida debía yacer eternamente en suelo sagrado, yo debía contestar, muy segura/o de mí misma/o, ronqueando mi voz y dándole la mayor masculinidad que pudiera: “Dígote que sí, conque haz presto el hoyo. El juez ha reconocido ya el cadáver, y ha dispuesto que se la entierre en sagrado... Así han juzgado que ha de ser...”.

Entre bambalinas, parecía un papagayo enlutado de sobrio negro, repitiendo las mismas palabras, las mismas oraciones, paralelas respuestas a cada instante... No aparecía por ningún lado la barba de pelo artificial que me habían dejado para darme un aspecto más varonil, o más ambiguo, al menos, así que me habían pintado con carboncillo unos enormes bigotes: Sin que el resultado pudiera parecer muy bueno: Quedaba algo hortera... aunque si lo pensaba, era mejor, porque, así, el porcentaje de expectativas de ser reconocida, era realmente ridículo.

Los demás interpretes de la obra estaban muy tranquilos... o al menos eso me parecía a mí. ¡Dios, tenía esa misma sensación de cuando una sueña que se queda desnuda, justo cuando está delante de muchísima gente observándola como si fuera su referente en la vida!.

Yo tenía un enorme malestar: Me estaba poniendo malísima... me faltaba el aire... veía borroso... la saliva se me estaba licuando... me sentía floja... Hasta que ella me dio un golpecito en la espalda, y todas mis molestias se convirtieron en ira y malestar. Era ella. Ella, nuestra directora, doña perfecta, nuestra atentísima profesora, la que se jactaba de haber colaborado en una película de Pedro Almodóvar: no sé en cuál, porque su nombre no figuraba por ningún lado, ni jamás la hubiéramos imaginado supeditada a las órdenes de nadie, sino al revés... Sostenía, el colmo de la jactancia, que nosotros éramos demasiado jóvenes para poder conocer su carrera entera... que no sé yo cómo sería de extensa, a propósito.

Unos amigos a los que ella daba clase y yo, nos reunimos una noche clandestinamente, con un secretismo y un misticismo propios de cualquier novela negra o de suspense, para investigar sobre los años dorados de “Alfonsina Miralles, la nueva diva del glamour y la farándula”, según rezaba un titular antediluviano de 'EL PAÍS', al lado de una foto de nuestra cutre docente Arantxa Seisdedos, con dieciocho añitos, y una silueta imposible en una postura impensable y demasiado provocativa para cualquiera.

Una de las chicas confirmó que el del periódico era su nombre artístico, que no era el verdadero, y que la película de vídeo que llevaba en el bolso, era lo más espectacular, rocambolesco y eroticónque podríamos ver en mucho tiempo. Ávidos de visualizar aquella exclusiva cinta, introdujimos esta en la rendija del reproductor... Y por arte de magia, o de Satanás, o no sé qué, hubo un chispazo, la cinta empezó a arder, y, completamente desilusionados nos hundimos sin poder visionarla, en el apagón general, que afectó a varias calles de la zona, a casi toda la mitad norte de la ciudad.

¡Nuestro gozo en un pozo! Lo que sucedió con la peli de la Seisdedos fue más allá de lo paranormal. Nos asustamos tanto, que no quisimos ya volver a quedar para saber más sobre ella, ni para boicotearla, ni para contestarla cuando nos gritara, ni para criticarla y conocer secretos con los que poder humillarla el día de mañana... Por los siglos de los siglos, la misteriosa Alfonsina Miralles, ocultamente, seguiría siendo nuestra respetable y fanática Arantxa Seisdedos, nuestra autoritaria profesora dramática, nuestra dictadora académica más impopular, nuestra tirana despótica enfilada siempre en que todo lo hacía por el bien del prójimo.

"No, no, no... Ya, tienes que olvidarte. Céntrate en la obra, céntrate en la obra...", me repetía a mí misma, antes de salir a escena.
No me podía quedar en blanco en ese momento. El cuarto acto estaba a punto de acabar... El SEPULERO Nº1 me miraba de refilón desde el otro lado del tablado, sin mucha confianza en que una mediocre como yo lo hiciera bien, o por lo menos, medianamente aceptable.
Creo que sentía una especie de desconfianza hacia mí misma, mezclada con una especial dependencia por que todo saliera así, medianamente aceptable.

Bajaron el telón y cambiaron una opulenta y real sala, por un triste y sempiterno cementerio colapsado por la niebla, donde dos SEPULTUREROS debíamos irrumpir. Mientras preparaban todo, el corazón me empezó a latir como si se me fuera a salir del pecho. Carraspeé un poco e hice ejercicios de respiración, para comprobar que mi diafragma seguía en mi cuerpo y no se había consumido por culpa de mis nervios...
Eché un ojo al patio de butacas: El público parecía muy respetuoso y amable, como cualquiera del grupo que formábamos hubiera querido... Cualquiera, menos yo... A cada segundo, me iba poniendo más nerviosa, y temblaba tanto, que parecía una coctelera.
"¿¡Dios, ¿pero sería normal todo esto?! Yo a las actrices de la tele nunca me las imaginaba de esa manera, antes de una actuación...
¡¿Y la pala?! ¡¿Dónde estaba la maldita pala?! ¡Sin ella no podía salir al escenario! ¡¿Dónde estaba, dónde?!
Me entraron ganas de llorar, pero ahora ya no podía ser... No quedaba tiempo... Todo estaba oscuro... El telón estaba a punto de abrirse, y yo sin la pala... ¡Era un desastre! ¡Para un complemento que tenía el uniforme de SEPULTURERO, lo había perdido!.

Pues nada, que se abrió el telón, y no tuve otro remedio que salir sin pala, mientras juraba por lo bajinis. O sea, que estaba de muy mal humor... Tenía que ir al centro de las tablas directamente, donde se suponía que estaba la tumba de Ofelia, y ponerme a la par del otro SEPULTURERO, con ojos de desequilibrado, el que había prorrumpido por el lado derecho... Pues venga, dispuesta a ello... Aunque, no di más de dos pasos, y un ruido especialmente molesto en la grada del final, me distrajo por completo, e hizo que me torciera hacia ese punto, y me clavara en medio del escenario, como si estuviera contemplando una aparición...

(Continuará mañana).

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Fuente del original del relato de Pilar Ana: http://pilaranatolosanaartola.es/textos/

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