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martes, 17 de junio de 2014

La leyenda de "Plaspín" (primera parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.

Nota del administrador del blog:

Este relato de Vicente se editará en cuatro capítulos, en días consecutivos, si en el intermedio no hubiera noticias relevantes de ataxia cuya emisión no admita dilación.

Vicente Sáez Vallés
- I -

Jamás me contaron historia tan fantástica y formidable como la del viejo Plasplín, en la vieja aldea de Tresplatos, perdida en la lejanía de la sierra pirenaica. El viejo letrado de Trestenedores, me condujo hasta el principio del camino que llevaba a la cabaña de Plasplín: el hábitat estaba terriblemente escondido en toda la inmensidad de la sierra.

El abogado, me contó parte de las hazañas y andanzas por las que el viejo se había hecho a sí mismo como una leyenda auténtica, que se transmitía de boca en boca, de generación en generación, todo el saber y la práctica de una civilización entera.

No sentía el cansancio porque sabía que muy pocos habían llegado hasta allí. Iba a ser la envidia de todos los periodistas de todos los rincones de este mundo, y de los otros. El camino era muy duro, pedregoso, y cuesta arriba. Yo iba con el uniforme de turista joven y deportivo que va a la montaña y el abogado con un traje de tergal claro, camisa oscura, y corbata escarlata... además, llevaba una especie de pañuelo con el que secaba los muchos sudores que le atacaban.

El sol deslumbraba hasta a las salamanquesas aldeanas. Un mediodía de agosto, seco, y con el silencio como protagonista. En las sombras hacía fresco, y en el sol las neuronas fueron coloradas jugando en el horno encefálico. Un manantial se convertía en el ruido perfecto de la fastuosa cabaña y se perdió en la arboleda. Sentí la soledad inquieta de un momento sin apoyo... algo desconocido, pues siempre he estado rodeado de personal. Estaba en zona de alta montaña, y eso siempre me ha impresionado mucho, cuando las rocas más desnudas están, y los animales han dejado de murmurar. Falso calor. Mucho sol, pero escarcha en las sombras: No me sobraba el jersey.

Ya podía ver la vieja cabaña. El sendero era de adoquines mal puestos (tal vez de una vía romana). La cabaña era de madera vieja. Una voz rompió mi tiento:

- Apaga el cigarro, pero cuida los incendios -me dijo la voz, mientras crujía la madera de la cabaña.

Me sorprendió su aguda visión, así como sus precavidos actos, dignos de un buen ciudadano... aunque Plasplín, no era bueno, tampoco ciudadano.

- Pasa, buen mozo, pasa... ¡je, je!.

Sus risas me intimidaron, porque podría ser agüero de malas penas o, tal vez de irrisorios pecados.. porque yo, y nunca he sido tan sincero, estoy muy bueno. El contraste de luz entre el tímido atardecer y la oscuridad de la vivienda del viejo, hizo frotarme los párpados que manché de grasa negra, porque, estúpidamente estuve, acariciando las bisagras de Plasplín: es decir, de la puerta, ya que, tras echar una mirada a los dos, llegué a la conclusión de que el viejo y su cabaña eran todo uno: La cabaña era vieja y crujiente y Plasplín también era ambas cosas:

La cabaña era de madera vieja, y el viejo era... era como de madera vieja. La cabaña estaba desnuda, pero frente a la puerta se podía contemplar una maceta con un cardo. El viejo estaba desnudo, pero tenía una larga barba blanca, y no se veía la cola. El tejado de la cabaña estaba liso, y Plasplín era calvo. No había ladrillos, y el viejo estaba desdentado. La cabaña era pequeñita, y el viejo, también.

Se oyó un portazo. La puerta se cerró. La cabaña no era muy acogedora. Eran dos cuartos. Una habitación con un armario y una mesa. Había una chimenea, dos sillas, utensilios de cocina por ahí, descuidados, útiles de caza por ahí, tirados, y un destornillador encima de la mesa. De la otra habitación no puedo decir nada, porque estaba tras una puerta cerrada, de la que me parecía provenían unos lamentos femeninos.

Todo en penumbra. Silencio abrumador, quebrado por unos ruidos y carcajadas extrañas que el viejo rubricó con un pase, casi mágico, en el que los dos, Plasplín y yo, nos encontramos sentados en sendas sillas de anea frente a la vieja mesa... sobre la cual había una enorme vela con su lúgubre luz, un vaso sucio que contenía un fluido verde esmeralda, un enorme cuchillo de doble filo, y un destornillador.

El viejo me absorbió. Sus ojos como platos me hipnotizaron, y me invitó a beberme el fluido del vaso, indicándome que era obra suya. Tenía buen sabor, y un sorbo pasó a mi estómago. Lentamente, fue creando su rol, y en pocos instantes se convirtió en el narrador más real que nunca soñé.

Plasplín me obsequió con su sabiduría y su aliento. Me contó de todo un poco, en una temática insólita y extraordinaria. Animales fantásticos que luchaban con caballeros venidos de todo el mundo y que eran sistemáticamente derrotados. Por eso necesitaban de un arma sobrenatural que les diera fuerza y valor: Este cuchillo logró derrotar a las alimañas naturales, porque, dicen, que fue el cuchillo con el que Jesucristo cortó el pan en la última cena.

- ¿Este cuchillo? –tomé el cuchillo y, rápidamente, Plasplín me lo quitó.

Me extrañó que no me permitiera examinarlo. Y me bebí el resto del extraño, pero agradable bebedizo.

- Sí. Este cuchillo tiene historia. Buen mozo, viniste a por una historia y no te irás... sin ella...

- Este cuchillo -el viejo empuñaba el cuchillo que, junto con la vela, los lamentos femeninos, y la expresión de Plasplín, casi me daban miedo- tiene historia. 60 centímetros de filo que han atravesado no pocos tejidos humanos y animales y se ha manchado y limpiado de sangre no pocas veces. Es del siglo VII, cuando no había ni franceses ni españoles, sino hombres que luchaban por el sexo... En efecto, cuando dos jóvenes querían determinada muchacha... ¡ZAS!... el cuchillo lo solucionaba. Cuando alguien violaba a una virgen y tierna doncella... ¡ZAS!... el cuchillo lo solucionaba. Cuándo un hombre sediento rompía la eterna fidelidad del matrimonio... ¡ZAS!... el cuchillo lo solucionaba...

A cada "¡ZAS!", yo respondía con un salto. Cada vez, mi pánico era mayor, porque aquellos lamentos femeninos se habían convertido en alaridos, que el viejo ignoraba.

- Cuentan las leyendas -siguió- que éste, era el cuchillo de La Justicia, y, si era mal utilizado, los espíritus se encargarían de vengar. Mi antecesor, Eufrito, me lo dejó cuando moría. Y desde que ejerzo como ermitaño en esta zona, nunca me surgieron conflictos de sexo hasta hoy: Era una tibia mañana, veraniega y apareció esa joven que grita encerrada en la habitación contigua. Alegaba haberse perdido en estos Pirineos, y necesitaba ayuda. Yo, le di a beber "el mejunje", como a ti, y la encerré, como comprobarás...

Dentro de poco, te encerraré a ti... y, si no cumplís mis requisitos, moriréis, porque el mejunje coagulará vuestra sangre, y el cuchillo cortará vuestra garganta... Solamente os entregaré el antídoto para tan terrible veneno, si me satisfacéis. Mis demandas no son tan terroríficas, porque sólo os pido ternura, afecto y amor...

El viejo rió sardónicamente, y abrió con una gruesa llave la puerta que conducía al misterio femenino. Yo, me estremecí, y me sentí preso de la trampa más vil que hubiera soñado. Y, sin embargo, me entregué... aunque no supiera a qué...

(Continuará mañana).

Nota segunda del administrador del blog:

Vicente falleció en el año 2006. Para acceder a una breve semblanza del autor del texto (escrita por su hermana, Cristina, también, como él, paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.

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