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viernes, 20 de junio de 2014

La leyenda de Plaspín (cuarta y última parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.

Nota del administrador del blog:

Este relato de Vicente se editará en cuatro capítulos, en días consecutivos, si en el intermedio no hubiera noticias relevantes de ataxia cuya emisión no admita dilación.

Para recordar los capítulos anteriores: La leyenda de Plaspín (primera parte) ... La leyenda de Plaspín (segunda parte) ... y La leyenda de Plaspín (tercera parte).

- IV -

- ¡El tiempo se agota! -exclamó Adela, contemplando su muñeca mecanizada (un clásico reloj dorado de mujer de minúscula esfera).

- ¿Llevas la cuenta...?

- Ya pasan de los quince minutos.

- Igual es solamente una broma de mal gusto.

- ¡Pues... vaya...!

Yo me despojé de mi camiseta azul marino, sudaba demasiado... y me quedé en mis brillantes shorts deportivos blancos.

- ¡Ya! -gritó Plasplín, abriendo la portezuela- ¿Ya os conocéis? Bueno, para esto no hace falta mucho... ¡Sólo ganas! ¡Je, je,...!

- Adela -susurré a su oído-, pase lo que pase, te prometo que es involuntario. Juntos viviremos, o moriremos. Eso es lo importante. Lamento haberte conocido en estas circunstancias -luego, le di un beso.

- Pepejuán... te digo lo mismo. Yo estoy ya preparada para todo. ¡Ten valor!

Los dos sonreímos. Y el viejo nos cortó:

- ¡Vamos, tortolitos! Tenéis que divertirme...

Ambos teníamos el rostro angustiado: Como si fuéramos a un paredón. Plasplín, sonreía... El viejo Plasplín nos condujo a la otra habitación donde la mesa estaba apartada... "¡En el suelo!", pensé horrorizado... Y en éstas, Adela se había quitado el bikini... como entregada... Yo, para no desentonar, me quité mis shorts deportivos blancos.

- Viejo Plasplín -invocó Adela-, haremos lo que solicitas, pero como no nos des el antídoto del mejunje, el cuchillo vengará nuestra muerte.

El viejo rió más. Luego contestó diplomático:

- Soy fascista, pero honrado.

Los dos... desnudos... casi de noche... en una miserable cabaña... a la luz de la vela... nos sentíamos bastante humanos... o eso parecía. El viejo se alejó de nosotros (que aún íbamos de la mano, casi temblando), se sentó, y exclamó:

- ¡Bailad un Waltz!

- ¡Sádico! -gritó Adela.

El viejo silbo el típico "Danubio azul", y Adela y yo obedecimos. En ese extraño ambiente, improvisado, pero algo romántico, me percaté de que Adela era un poco más alta que yo. Los dos bailábamos torpes y temblequeantes. Creo que le pisé 72 veces. Era un excitante waltz, pero no me excitaba.

Ni Adela, ni yo, hablábamos. Pero manteníamos una conversación de miradas, bastante agradable. Parecía que nos conocíamos muy bien y era una maniobra, sencilla, pero bien planeada, para soslayar el trágico final. Eramos como marionetas de madera, manipuladas por el vil Plasplín, pero pegadas con cola, con pensamiento y sentimiento sinceros, unísonos.

Vicente Sáez Vallés
Por eso, cuando el viejo gritó: "¡Alto!. Tenéis tres minutos para vestiros". Tardamos en reaccionar.

- ¿Vestirnos? -preguntamos a la vez.

- Bueno... ¡si queréis ir así por la sierra...! Pero sabed que hace fresco por la noche.

Nos apresuramos en ir al otro cuarto, pero tuvimos que volver, porque mi pantalón y el bikini de Adela estaban por el suelo... ¡Estábamos tan nerviosos!

No sé ni cómo nos vestimos... Al salir, vimos a Plasplín escribiendo en una libreta y haciendo caso a un cronómetro blanco que, colgado de su cuello, se mezclaba con su barba. El viejo estaba junto a la mesa, y, sobre ésta, había un paquetito embalado en papel marrón... "¡El antídoto!" -pensamos.

- Me divertisteis -gritó seco el viejo- pero ahora el cuchillo penetrará en la carne... ¡Ja,Ja...!

El viejo se levantó, y empuñó su cuchillo. Adela y yo nos abrazamos tan fuerte como podíamos. Nos miraba. Le mirábamos.

- ¡Ah! -gritó. Luego, abrió el paquetito, y de él extrajo una masa carnosa naranja-. Venid, probareis mi exquisita carne de membrillo.

Adela y yo nos quedamos atónitos.

- Pero... ¡No os quedéis como dos piedras! -añadió.

- ¿Y el antídoto? -pregunté.

- ¡No era veneno! Era un afrodisíaco.

Adela y yo nos miramos... a punto de reír.

- ¿Pero no quería que hiciéramos el amor?

- ¡No!. Todo lo contrario. Si no, el experimento...

- ¿Experimento?

- Veréis, soy psicólogo. Y escribo un artículo para verificar una teoría sobre " Efectos del afrodisíaco y otros fármacos en alto estado de sugestión". Salió bien. Pero venid.

Adela y yo nos miramos... y raudo, huimos...

*****

Al rato, cuando casi llegábamos al río, aflojamos la marcha, y nos relajamos. Decidimos ir al pueblo más cercano (donde tomar una manzanilla). Nos sentíamos estúpidos, y dudábamos sobre denunciar al viejo, que aún creíamos loco. Eran casi 5 Km., y en el camino nos fuimos conociendo. Era una peculiar situación, y conversábamos dicharacheros, tal vez para evitar el tema. Pero, éste, volvió. Y, a mí, al enamoradizo, se me escapó:

- Entre tanto trajín, lo mejor ha sido el baile. Ha sido eterno, y creo que aprendí mucho.

- ¿Mucho de qué?

- De ti. De la vida. Del tiempo... y, como no, del amor.

- Sí -suspiró-, ha sido precioso. Pienso lo mismo que tú. Nos sentimos los dos con mucho cariño.

Arrojé una piedra al agua, y tuve ese extraño cosquilleo precordial de haber ligado... de que Adela estaba en el bote.

Y en ese momento, con el sol ha punto de caer, en el prado, en ese infinito instante de agradable temperatura, simultáneamente, ardientemente, fogoso, simpático y oportuno, el afrodisíaco, nos hizo efecto.

(FIN).

Nota segunda del administrador del blog:

Vicente falleció en el año 2006. Para acceder a una breve semblanza del autor del texto (escrita por su hermana, Cristina, también, como él, paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.

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2 comentarios:

  1. Gracias, Vicente. Eres todo un genio creando situaciones que den juego a relato imprevisible y ameno.
    Miguel-A.

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