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miércoles, 28 de mayo de 2014

La escuela rural (segunda parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Nota: Aprovecharé el hecho de insertar unas fotos en mi autobiografía, para colgar aquí un capítulo de la misma: 'La escuela rural', que dividiré en tres partes... para emitir en días consecutivos, salvo que haya noticias de la enfermedad que no admitan dilación.

Para recordar el capítulo anterior: La escuela rural (primera parte).

- Segunda parte -

Y volviendo a la escuela, mi primer maestro se llamó D. Daniel. Ni siquiera recuerdo su apellido, ni su rostro. Solamente continuó en el pueblo curso y medio tras mi inicio escolar. Fue trasladado, y nunca lo he vuelto ver. Como flash de D. Daniel solamente recuerdo que meses antes de marcharse, a quienes hicimos la primera comunión aquel año (yo aún no había cumplido los 7), tras la Misa, nos invitó a su casa. Su esposa nos preparó un desayuno de chocolate con churros, y ambos nos entregaron un pequeño obsequio personal, que ni siquiera recuerdo de qué se trataba... Y, por cierto,la casa citada, donde vivían, que era propiedad del ayuntamiento, años después, se derrumbó, y no queda de ella nada de nada.

De mi primer año escolar, sí recuerdo que sacaba la bandera a la ventana, y se cantaba el "cara al sol". Es necesario anotar que tal acto no guardaba relación con la ideología del docente. Más bien, podría pensarse que fuera una norma ministerial. Tal costumbre desapareció como por arte de magia. No sé lo que ocurrió con la bandera. Lo más factible es que terminara como trapo para borrar el encerado (pizarra). Sí recuerdo que el asta de la bandera era de color verde. Posteriormente, se utilizó como atizador. Al ser de madera dura, aguantó mucho tiempo en esta tarea...Respecto al "cara al sol", sí recuerdo que teníamos parodias humorísticas que implicaban en la letra nombres de vecinos del pueblo. Lo cual indica claramente que no se puede dar lectura, en cuanto a afiliación política, a tales hechos relatados.

El siguiente maestro fue D. Arsenio. Era muy joven. Tan joven que aún tenía pendiente de realizar el servicio militar. Recuerdo que mientras hizo parte de su mili, tuvimos un maestro substituto. Era jovencito y pelirrojo. Eso es lo único que me queda de el reemplazante en la memoria. De D. Arsenio, en cambio, recuerdo bastante: Se casó con la sobrina del cura. Siguió aquí de maestro hasta que, a causa de la marcha de familias a la ciudad en busca de mejores porvenires, se quedó la escuela sin alumnos suficientes para su funcionamiento. Los escasos niños que había, eran trasladados en autobús, diariamente, a un nuevo colegio comarcal, en Villadiego, a unos 12 km.

D. Arsenio, aunque consiguió plaza de docente en el nuevo colegio comarcal de Villadiego, siguió viviendo en el pueblo. Se trasladaba diariamente al centro de trabajo en su coche particular. No sólo fue vecino mío por vivir en el pueblo, sino también por vivir a 30 metros de mi casa... lo cual, incrementa el grado de vecindad. Lamentablemente falleció en plena juventud, en 1881, a causa de un tumor cerebral. Dejó viuda y dos hijos.

En sus inicios, D. Arsenio fue de la antes citada ideología de "la letra con sangre entra" de mi abuelo. No hay nada que alegar... y sería absurdo hacerlo. Los tiempos eran así. También él fue evolucionando al compás de las costumbres impuestas por el paso del tiempo. Yo mismo fui testigo de tal paulatina evolución. Lo cierto es que durante los primeros años, la regla anduvo lista para pegar, no para medir. Hablar en clase, no hacer la tarea o hacerla mal, o no saberse la lección, era penalizado con 10 palmetazos en las manos.

Obviamente, yo fui un privilegiado... no sólo por mi docilidad (que posiblemente no fuera virtud personal, sino derivación de un complejo), sino también por mi constancia en hacer tareas e intentar aprender las lecciones de cada día. Algún alumno se llevó demasiada leña.

Tampoco creo que la práctica del castigo sea solución a nada. Alguno se acostumbra a los golpes, y se acabó... ya todo le da igual. Sí vi que esta práctica llevara a bastante animosidad de los alumnos contra el maestro. Pero no es nada que haya perdurado al paso del tiempo. Nadie guarda rencores por cuestiones que no llevan intención de dañar. Pasados 40 años, hablando con otros alumnos, más castigados que yo, no he viso resquemor.

Esto de los palmetazos tenía su cosa. Algunos corrían intercambiando las manos... de modo que la operación era casi un visto y no visto Otro sacudían las manos, las soplaban, se quejaban, y hacían toda clase de parsimonias que prolongaban la operación. Decíase que había que untarse las manos con ajo para que rebotara la regla, sin hacer daño. Ignoro si se decía por guasa, o con sinceridad. Nunca lo probé. Me temo que si al maestro le hubiera olido a ajo, te habría mandado a lavarte, ya la vuelta, los reglazos, en vez de 10, habrían sido 20.

D. Arsenio, al llegar a clase se colocaba unos guardapolvos azules. Visto desde la actualidad, puede parecer raro. No lo era. Escribía muchísimos en los encerados (pizarras), y les borraba él mismo. Era, pues, algo necesario para proteger su ropa del polvillo blanco de la tiza.

En fin, el maestro, en aquellos tiempos, tenía autoridad total. En un inicio, podían existir otra clase de castigos en apariencia menos crueles que los palmetazos, pero a larga más duros. Poco a poco se fueron suprimiendo. Pero, podían dejarte sin recreo, que era intranscendente. Podían dejarte encerrado en la escuela durante el horario de comida. Lo cual, en primera instancia, parecía un simple cachondeo. Hasta podía irse uno de machito, porque, a su vuelta a clase tras la comida, los compañeros te llevaban un poquito de pan, y te lo entregaban por la ventana... y ya el no va más, era si la dádiva provenía de alguna niña. Pero... tenía su tremendo "ay" en una segunda instancia: ¿Cómo explicar a los padres que no había ido a casa a comer?. No había más remedio que decir la verdad, aunque se intentara matizar y hasta disfrazar. En tal caso, dijeras cuanto dijeras, si tu padre no te pegaba un soplamocos inmediatamente, te iba a lanzar sermón que terminara diciendo: "¡Algo habrás hecho... bien se te está"!.

Observése la diferencia, en este sentido, de aquel ayer con actualidad. Hoy los padres te dirían: "¡Ay, mi niño! Ese maestro es un hijo de puta, que te tiene manía. Ahora mismo voy a hablar con el director y hasta con el Ministro de Educación para que lo pongan de patitas en la calle!".

Otro posible castigo podía ser dejarte encerrado varias horas tras la salida de clase. Dicho así, parece un sinsentido, pero no lo era. El castigo consistía en que, de esa forma, te privaban de poder ir a ver al teleclub determinada película, o serie televisiva... Incluso, no sé a título de qué, podían hacerte ir a la escuela una tarde, en hipótesis libre, para dejarte encerrado. Yo mismo, con todos los compañeros de la clase, estuve encerrado una tarde, libre, de martes de carnaval. No recuerdo lo que hicimos de malo, pero una tarde de martes de carnaval era especial y había una mascarada tras la salida del Rosario.

Sin embargo, los párrafos anteriores pueden dar una errónea impresión, falseando totalmente la realidad. Lo dicho, simplemente son métodos acordes con las costumbres de aquellos tiempos. Buscar a tales formas cualquier relación con la mala intención del instructor, sería como rizar el rizo de la estupidez. Acertar, o equivocarse, en las formas, no denota actitudes negativas intencionadas. No cabe duda de que D. Arsenio fue una persona totalmente comprometida tanto con la educación de los alumnos, como con el bienestar de los vecinos del pueblo. Lo primero es demostrable con las llamadas "permanencias": prolongación gratuita de su horario de clase para quienes decidieran asistir a cursos especiales, o para alumnos necesitados. Yo mismo tengo que agradecerle una educación especial cuando me fue necesaria, incluso en su propia casa... Y lo referido al bienestar de los vecinos del pueblo, queda patente en el hecho de asumir la dirección de vecinos en el proyecto de traída e instalación de agua corriente en las casas, en 1975.

No voy a ser yo quien defienda aquel modelo educativo, en decadencia, plagado de abusos. Pero tampoco aplaudiré el actual. Parece que vamos como un péndulo: de un extremo a otro, sin detenernos en un punto intermedio, que sería lo ideal. Al docente actual se le ha restado cualquier autoridad, lo cual redunda en falta de interés educativo, y le obliga a la única meta de evitar cualquier mal rollo con los alumnos, hagan lo que hagan y se comporten como se comporten.

Como notas pintorescas de mi estancia (en inicio) en la escuela rural, poco, o nada, entendibles desde la actualidad, diré que se estudiaba cantando. Tal y como describe Antonio Machado en uno de sus poemas: "Y todo un coro infantil / va cantando la lección / cien veces ciento, diez mil, / mil veces mil, un millón". Que solamente teníamos un libro de texto que englobaba todas las asignatura: la enciclopedia Álvarez.... que durante los primeros años, para escribir y hacer cuentas, utilizábamos pequeñas pizarras personales y escribíamos con pizarrines... que para borrar la pizarra, se la humedecía echándole el aliento, y se borraba con la manga del jersey... que se escribía con plumas a cuyo extremo se insertaba el plumín... que en los pupitres había tinteros de loza... que los secantes (papel secante) eran imprescindibles... que si mojabas demasiado el plumín en el tintero, lo más probable es que se escullase, y te cayera un tintón en el papel o en el pupitre...

Y por el mismo estilo anecdótico, en relación a la famosa película de Berlanga (1952), "Bienvenido Mr. Marshall", recuerdo el bidón de leche en polvo de los americanos. Y, en parecida actuación a la reflejada en dicha cinta cinematográfica, vienen a mi memoria las banderitas que nos dieron a los niños para que agitáramos sin cesar cuando vino el gobernador... aunque no sé a lo que vino. Ya sé que en la citada película suena a chiste, aunque no lo era tanto, sino una realidad narrada en tono cómico.


"La niña de la foto es mi hermana, Piedad. Las diferentes escuelas estaban adosadas. Estas fotos no estaban encargadas. Los fotógrafos se presentaban en las escuelas y hacían fotos, que luego intentaban vender a nuestros padres. Ponernos juntos a los hermanos, y con esa pose (aquí aún no existía eso del teléfono), era un excelente gancho para que nuestra madre comprara la fotografía".

He de decir que las escuelas tenían un sistema de calefacción muy castellano. Se basa en el hipocausto romano. Es decir, en gran parte las aulas eran huecas por debajo. El mantenimiento era baratísimo. La energía se conseguía mediante la quema de paja de cereal. Y eso en esta comarca agraria sobra, y es gratuito. Era totalmente limpio, pues el atizado no se realizaba desde la sala de clase, sino desde el portalillo. Eso sí, la llevada cabo resultaba un poco engorrosa. Nos encargamos los propios alumnos... por parejas... un novato con un veterano. Cada semana cambiaba de pareja de encargados. Por todas las circunstancias que rodeaban a esta labor, no era un trabajo, sino algo que se deseaba con ilusión que te tocara.

En los recreos merodeábamos las calles que circundaban la escuela, la iglesia, y el teleclub. La calles eran de tierra. Nada de cemento, ni de asfalto. Las gallinas andaban sueltas por la calle... y por ella, pasaban ovejas, vacas, y mulas. Y, sin embargo, no había suciedad. No había vehículos... a no ser algún carro arrastrado por animales. También había espacio verde para retozar revolcándonos cuando llegaba la primavera y no existía humedad.

En los recreos, incluso bajamos al tojo del puente del río... a arrojar lanchas (piedrecitas) que saltaban sobre el agua. Alguna vez el tojo estaba tan helado, que los más valientes se daban un paseo por encima del hielo. Tampoco era tanta la lejanía de la escuela. No creo que estuviera a más de 40 metros. La llamada a entrar de nuevo en clase, tras el recreo, era muy fácil. Coincidía con el toque de campanas, a las 12:30, llamado "mediodía", que el campanero realizaba puntualmente. En hipótesis, desde tiempos inmemoriales, el toque de mediodía servía para que los trabajadores del campo, regresaran a casa, a comer.

Fuera de los horarios escolares, otro toque de campanas que nos servía de referencia a los niños era el de llamado "oraciones", a las 21:00. ¡A casa, a cenar!. Puede parecer raro, pero no lo es tanto si pensamos que los niños estábamos totalmente libres por la calle. Podría pensarse que a esa hora es muy tempano para el regreso a casa en verano. La verdad es que era en verano cuando la mayoría de los niños, dependiendo del oficio de sus padres, no tenía tiempo libre. Desde la más tierna infancia, cada uno en la medida de sus posibilidades estaba obligado a implicarse en las tareas familiares de la recolección agrícola. Esta es otra cuestión, similar a la anterior de los castigos y los movimientos pendulares, yendo de extremo a extremo. Por supuesto, no es bueno hacer trabajar a un niño de forma constante. ¿Pero se puede esperar responsabilidad en el trabajo, de la noche a la mañana, de alguien que en su vida nunca se ha responsabilizado de nada que no sea la juerga y vivir a cuenta de sus padres?.

Y, siguiendo con los horarios, en la torre de la iglesia había un reloj mecánico de enormes pesas, y con números romanos en su parte exterior. Nunca lo vi en funcionamiento. Es de suponer que estuvo funcionado durante décadas, antes de cansarse. Debió ser ruidoso marcando las horas, pues en apariencia, un mecanismo accionaba un campanillo. Vino varias veces a repararlo, sin éxito, un hombre del que, por respeto, no quiero escribir su nombre. En hipótesis, era un borracho, y los niños le seguíamos a distancia, entre miedo e hilaridad. Se reía de todo, de él y de nosotros. Beber, no sé si bebía... creo que sí... merodeaba las cantinas... lo que tampoco sé es si comía... apenas nada... supongo...

Era como si su estilo de vida fuera una filosofía. No sé quién era, ni porque vivía así... ni puedo juzgar a nadie, ni me da la gana hacerlo... Este señor parecía muy diferente a la gente de los pueblos. Se decía que alguna vez fue importante y con dinero. Parecía muy culto, aunque entremezclara tonterías con reflexiones bien hechas y bien expresadas... como si su cerebro funcionase a ráfagas, y cambiara constantemente de conversación... o, sin acabar una, empezara otra. No lo sé. Lo único cierto es que amanecía durmiendo en cualquier pajar, o casa en ruinas, sin siquiera una manta con la que taparse, aparte de la ropa que habitualmente llevaba puesta.

(Continuará mañana).

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