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lunes, 11 de noviembre de 2013

Tal como éramos

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich, de la provincia de Burgos..

Hoy comienzo del revés, como en el mundo de los niños. Primero insertaré un PowerPoint de mi colección que, en su momento, dediqué la realización a un amigo de colegio... y , ahora, por algunas referencias en el texto del artículo, retomo su título: ‘Tal cómo éramos’.

Para visionar y/o guardar este archivo PowerPoint, pinchar en: Tal como éramos.

Aparte de la belleza y elocuencia de este archivo (las imágenes sí las he puesto yo... pero el texto no es mío) que habéis podido disfrutar, habréis podido observar que en la última dispositiva se dice: Nos abríamos la cabeza jugando a la guerra con piedras y palos. Y no pasaba nada. ¡Era cosa de niños! Se curaba con mercromina y unos puntos. ¡No había nadie a quién culpar... sólo a nosotros mismos!”. Mi historia va en torno a estas palabras.

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Con el paso del tiempo, a los varones se nos cae el pelo: Poco a poco, nos va creciendo la superficie pealada, incrementándose una reluciente calva, tan limpia de pelo como el culo de un bebé :-) ¡Y mis años ya son 59!.

Hace unos días estaba desayunando en la cocina, cuando mi padre, observándome desde la altura que le concede poder estar de pie, mientras yo estoy sentado en mi silla de ruedas, vio algo raro en mi cabeza. Y, llamando a mi madre, le comento:

- Mira, éste no sé qué tiene aquí.

- ¡Bah, eso no es nada! –contestó mi madre después de mirar-. Es la cicatriz de una pedrada que, jugando, le dio Fernando.

Y dirigiéndose a mí, preguntó:

- ¿Te acuerdas?.

¡Claro que me acuerdo! Fui yo quien se lo relaté a mi madre.

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Tenía unos 10 años... quizás 9 solamente. No recuerdo cuántos, pero hay poco margen de error, puesto que Fernando es mayor que yo... y marchó con unos frailes salesianos un año antes. Yo fui con otros, benedictinos, al año siguiente... con 12 años cumplidos el mismo mes de mi partida.

Sucedió en el enorme corral de Fernando. Se supone que había más chavales, al menos otros dos... pero sólo le recuerdo a él... Y jugábamos a eso... ¡a la guerra! ... ¡a pedrada limpia!...

Habíamos volcado dos conejeras de madera, que probablemente estaban vacías por una mortandad de conejos a causa de la mixhematosis. Esta plaga contagiosa, como la gripe, llegaba cada año, causando mortandades entre estos animales. Hoy hay vacunas bastante eficaces para prevenir este "mal de los ojos" (vulgarmente así era conocida la plaga)... y es que el síntoma más evidente era la hinchazon de los ojos de los conejos. La mayoría de ellos moría... muy pocos lo superaban. Pero el superar el mal, los hacía inmunes de por vida.... Lo más probable es que hubieran sacado las jaulas al aire libre para desinfectarlas. Pero, a nosotros, una vez volcadas y situadas a unos 10 metros de distancia una de otra, nos servirían de perfectas “trincheras” para nuestro bélico juego, a pedradas, por parte de dos equipos...

Durante un tiempo hicimos acopio de (munición): cuanto material pétreo, susceptible ser lanzado, hallamos por el corral. Y, luego empezó la batalla...

Los “proyectiles” lanzados impactaban, con gran estruendo, contra la madera de las conejeras que hacían de trincheras, o ”silbaban”, por hablar en tono bélico, sobre nuestras cabezas... que solamente asomábamos para lanzar. Se ve que yo asomé la mía más de la cuenta... y un “obus”, de considerable tamaño, lanzado por Fernando, me pegó en la cogotera. El resultado inmediato fue un tremendo alarido, que paralizó el “combate”.

Era inverosímil trasladarme a un centro médico... aquí no lo había... por no haber, tampoco había ni coches para llevarme... ni teléfonos para avisar a un médico. Avisada, madre de Fernando me cortó un trozo de cabello, me limpió la sangre, y me puso un algodón, sujeto con esparadrapos, sobre la herida. Y, luego, me llevaron a mi casa (puesto que yo estaba medio mareado) a dormir el terrible dolor de cabeza que me había dejado la pedrada

¡Y no pasó nada! El dolor desapareció... la herida cicatrizó... y el pelo creció cubriendo la cicatriz. Y ahora todos somos hombres de bien. La nueva ola de psicólogos, por este hecho, hubiera retirado la patria potestad a nuestros padres, y nos hubiese metido en un reformatorio. ¿Qué seríamos entonces? ¡Gilipollas... seguro!.

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