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lunes, 24 de enero de 2011

(II parte) La flor de la felicidad

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich, de la provincia de Jaén, residente en Barcelona.

Para recordar: Ir a la primera parte de "La flor de la felicidad".

Cuentos del abuelo - La flor de la felicidad (Segunda parte)

Los tres hermanos volvieron sobre sus pasos, y se dirigieron a su hogar, con la emoción que se puede imaginar por haber coseguido su propósito.

Y, a su regreso, vieron cumplidos todos sus deseos. Al llegar a casa, encontraron que unos emisarios del rey estaban aguardándoles. Uno de los ellos, dirigiéndose a Juan, le dijo:

– Señor, nuestro rey ha fallecido esta madrugada sin dejar sucesión. De acuerdo con las leyes del país se ha reunido el Consejo, y ha elegido al azar al hombre que debe reinar sobre nosotros. Ha salido vuestro nombre. Y en virtud de ello, sois nuestro rey. Majestad, la carroza os aguarda para conduciros a palacio.

Juan, loco de alegría, abrazó a sus hermanos, subió a la carroza, y se fue al palacio.

Al cabo de un rato, llegó un hombre preguntando por Ernesto. Éste salió, y preguntó:

– ¿Qué queréis de mí?.

– Permitid que me presente, señor. Soy el notario mayor del reino, y administrador de los bienes del rico mercader Ernesto Millán, quien, habiendo muerto ayer, y no teniendo sucesión ni pariente alguno que pueda heredarle, lega su fortuna y sus negocios al hombre que, llamándose como él de nombre, haya nacido el mismo día que un hijo que tuvo y murió a los tres años. Este hombre sois vos. Desde ahora, excelencia, sois inmensamente rico, y yo soy vuestro servidor.

Más contento que unas pascuas, Ernesto corrió a contárselo a su hermano. Y, después de abrazarle, se fue en compañía del notario, pues ésta era condición precisa para heredar la fortuna: el futuro heredero debía ir a vivir al magnífico palacio propiedad del difunto.

Y he aquí cómo se cumplieron los tres dones pedidos a la flor de la felicidad, pues, por su parte, Eduardo ya estaba siempre sano, trabajaba mucho, y vivía tranquilamente, pudiendo ahorrar algo para cuando se casara.

Pasaron los años, y los tres hermanos perdieron el contacto.

Eduardo seguía trabajando en el campo. Se había casado hacía cinco años, y por su casa correteaban ya dos mozalbetes de cuatro y tres años... con unas caras de salud que daba gozo contemplarlos. Con aquellos vástagos, con su mujer, guapa, hacendosa y buena, y con el trabajo, que nunca faltaba, Eduardo se sentía feliz, y cada día daba gracias a Dios, y contemplaba la marchita flor de la felicidad, que guardaba entre las páginas de un libro.

Un día, mientras trabajaba en sus campos, como de costumbre, se le acercaron dos mendigos, alargándole, temerosos, sus manos flacas. Se puede calcular cuál no sería la sorpresa de Eduardo al reconocer en los dos pordioseros a sus hermanos.

– ¡Juan! ¡Ernesto! –exclamó, corriendo hacia ellos, y abrazándolos–. ¿Cómo vais así por el mundo?.

Los dos hermanos contaron sus cuitas.

Juan, el mayor, al cabo de unos años de reinar escapó milagrosamente de un atentado que tramaron contra él los partidarios de un nuevo rey. Huyó, disfrazado de simple soldado, y por miedo a descubrirse, andaba de noche y se escondía durante el día... viviendo casi de milagro con las frutas y raíces que encontraba, y con las limosnas que le daban las gentes encontradas en su camino.

Ernesto, el segundo hermano, había vivido espléndidamente, hasta que una noche penetraron en su palacio unos bandidos dispuestos a matarle para apoderarse de sus riquezas. Sólo le hirieron, y pudo escapar con vida. Pero, al pedir auxilio a sus criados, vio que todos se habían confabulado con los ladrones.

Al verse pobres y miserables, los dos hermanos se habían acordado de Eduardo, y se dirigían a él por si quisiera aceptarles en su casa como trabajadores. No querían salario... solamente se ofrecían a trabajar a cambio de techo y comida.

– ¡De eso, ni hablar! –dijo Eduardo–. Sois mis hermanos, y vuestras son también mis tierras. La experiencia ha sido dura, pero habéis podido convenceros de que la felicidad no está en la riqueza ni en el poder, sino en el trabajo honrado.

Y desde aquel día los tres hermanos vivieron de nuevo juntos. Y desde entonces, sí fueron felices.

Firmado: EL ABUELO:
Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich. Barcelona, enero de 2011.

FIN.

NOTA: Para ir al libro, de acceso gratuito, "Mi pequeño diario", escrito por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich, hacer click en: http://www.miguel-a.es/BPMILI/

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2- Sección "PowerPoint del día":

Para visionar y/o guardar el archivo PowerPoint, hacer click en: "Ocurrencias de Groucho Marx".

El sonido (18 segundos) es parte de una de las películas del genial Groucho Marx.

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2 comentarios:

  1. Gracias, Bartolomé. No haré comentarios por si acaso no me toca el gordo de la lotería, a la que no he jugado :-)

    Un abrazo.

    Miguel-A.

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  2. Muy bien narrado, y final con moraleja. Me ha gustado.
    Un saludo.

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